Hoy toca escuchar

El compositor danés Carl Nielsen estrenó en febrero de 1916 su cuarta sinfonía con el sobrenombre de «Inextinguible», una obra que rezuma un electrizante dinamismo al trasladar la intensidad y la emoción de  los tiempos en los que fue escrita y que revela la visión personal del artista sobre la estrecha relación entre la música y la vida, que no es otra que la tautología «La vida es indomable e inextinguible. La creación, la lucha y el agotamiento continúan hoy como ayer, mañana como hoy y así un día tras otro. La música es vida y, como ella, es inextinguible«

Aunque las reflexiones estéticas de Nielsen pudieran parecer tan sólo una estimulante metáfora, lo cierto es que no iban nada desencaminadas. Nuestras vidas están permanente rodeadas de sonidos que nos acompañan incesantemente, una inagotable banda sonora dentro de la cual nuestra existencia cobra sentido y a la cual difícilmente podemos sustraernos, ya que como afirma Raymond Murray Schafer al introducir el concepto de paisaje sonoro a principios de los años setenta del siglo pasado, «no tenemos párpados en los oídos». Dejar de escuchar no es una opción. Queramos o no, la realidad que nos rodea nos apela desde lo sonoro y las innumerable voces del mundo, imprevisibles y en constante mutación a cada instante, son la única compañía a la que podemos darle, con todo rigor, el adjetivo de «inextinguible»

Esa composición incesante que denominamos paisaje sonoro y que dibuja un entorno acústico para cada momento de nuestra vida es una realidad fértil, llena de sonidos con expresiones en permanente cambio que parecen estar dominadas por la aleatoriedad y sin una partitura que regule su aparición. La música, la expresión formalizada y protocolizada de lo sonoro, pasa a ser una voz más de ese gran auditorio en el que se ha convertido nuestra vida donde también nosotros nos hemos convertido en intérpretes, porque nuestras interacciones con los demás y con el mundo que nos rodea dejan tras si una huella sonora que se suma al paisaje general, un bien común compartido donde la naturaleza inerte, las especies vivas y las creaciones artificiales del hombre construyen una sinfonía eterna, agregando sin descanso infinidad de sonidos con diferentes propiedades y configuraciones. Demasiada riqueza como para no prestarle la debida atención.

Aunque los efectos de la música sobre nuestra condición han sido objeto de apasionantes estudios desde la antigüedad clásica, hace unas pocas décadas que la ciencia ha puesto el foco en la influencia del paisaje sonoro que nos rodea en aspectos tan relevantes como nuestro confort o incluso nuestra propia salud. Vivir expuestos de forma continua a paisajes sonoros inadecuados nos perturba y desequilibra. Sin embargo, en las pocas ocasiones en las que nos paramos a reflexionar sobre ello, tendemos a considerarlo algo inherente a la realidad en la que vivimos: suena así porque tiene que sonar así, como si fuera una especie de maldición en la que no cabe redención y que estamos condenados a sufrir de forma inapelable y ajena a nuestra voluntad.

Cada 18 de Julio  se celebra el Día Internacional de la Escucha, una jornada en la que el grupo de trabajo World Listening Project (https://www.worldlisteningproject.org) nos invita a que el sonido se convierta en protagonista y a que escuchemos con atención, siquiera durante unos pocos minutos, la inagotable sinfonía en la que estamos inmersos. Darse cuenta de la inagotable riqueza sonora que nos circunda es el primer paso para comprender la magnitud del desafío y asumir la responsabilidad que supone ser un músico más en esa gigantesca orquesta donde tocamos con nuestros vecinos, el resto de las especies vivas y la propia naturaleza. En esa agrupación sin director, cada uno de nosotros adquiere el papel imprescindible e indelegable de velar porque nuestras contribuciones al paisaje sonoro común sean armónicas y proporcionadas, interpretándolas no como una mera y distraída consecuencia de nuestro estar en el mundo, sino como un valioso recurso que contribuye al bienestar de la comunidad y al equilibrio con el medio natural, en una versión ampliada del concepto de sostenibilidad que, con demasiada frecuencia, se olvida de lo sonoro.

Por tanto, no estamos sometidos a atávicos designios de dioses vengativos y sentencias inapelables. No hay director que programe las obras que componen el paisaje sonoro, ni tampoco partituras que las dicten. Sólo nosotros, en el ejercicio de una ciudadanía adulta, estamos al cuidado del único bien con el que nos une una relación tan íntima y permanente en el tiempo. Puede que aunque sonido y vida sean una misma cosa, es posible que no hayan tenido hasta este momento la oportunidad de conocerse. Aproveche el día de hoy para hacerlo: basta con cerrar los ojos y dejar que se presente ante usted. Le aseguro que encontrará un amigo fiel para toda la vida.

Los sonidos también mueren

Temporalidad y permutabilidad son dos de los términos que mejor definen esa compleja realidad que llamamos paisaje sonoro. Un rico universo que nos envuelve en todo momento y que se construye por la adición de objetos sonoros elementales cuyo número y composición varía constantemente en el tiempo. No hay dos instantes iguales en lo sonoro: siempre distintos entre sí pero manteniendo una esencia inmutable. Es fácil que surja la comparación con Heráclito y su panta rei, el río que en cada momento es una realidad distinta, sin por ello dejar de ser río. Un cambio permanente que, más allá del oxímoron, habla de eternidad.

Sin embargo, y a pesar de este aura de infinitud con el que resplandecen en el perpetuo devenir del paisaje, los sonidos tienen una existencia mortal. Su intrínseca conexión con lo real los hace herederos de la condición material, con todas las miserias y grandezas que eso implica. Así, el nacimiento, el envejecimiento o la desaparición comienzan a formar parte de su léxico, al no poder disociar su propia existencia de la materia que los anima. Lo sonoro pasa así, como si de un yacimiento arqueológico se tratara, a ser estrato rico en imágenes auditivas de un pasado que ya no existe, creado por una materialidad que ha dejado de formar parte de nuestro presente.

Esto no hace sino impulsar la creación de espacios para la memoria, lugares donde la riqueza sonora que antaño hubo se pueda preservar, una vez detenido el tiempo, para su audición futura, para que hable de quienes fuimos, de cómo construimos nuestra realidad y de cómo la hicimos accesible a través de nuestros artefactos. Una suerte de templos para el recuerdo como Conserve the Sound, un museo online para la conservación de sonidos ya desaparecidos o en peligro de extinción, realizado por Chunderksen con el apoyo de Film & Medienstiftung NRW (Alemania). Dejarse llevar por los sonidos allí recogidos es promover un diálogo con nuestro pasado más reciente, conversar con un mundo ya desaparecido que no sólo deja huella en lo visual sino también presencia, recuerdo y relato en lo sonoro. Un testimonio imprescindible para reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra forma de entender el mundo.

Vender silencio

Tenemos muy asumido que la experiencia de la vida en ciudad es eminentemente ruidosa: el perpetuo sonido del tráfico, infinito e incesante, domina el espacio construido y se erige en rey del espacio sonoro urbano. Murray Schafer, que acuñó el término de paisaje sonoro a principios de los años 70 para referirse a la totalidad de sonidos que escuchamos desde una determinada localización en un instante dado, ya nos advirtió que la situación empeoraría: de los entornos abiertos de alta fidelidad, con multitud de sonidos que no luchan entre sí, que percibimos armónicamente y que dominaban la vida cotidiana en el pasado, pasaríamos inexorablemente a estar inmersos en paisajes muy reducidos acústicamente hablando, llenos de sonidos compitiendo unos con otros en feroz lucha y donde primaría la ley del más fuerte, una configuración de baja fidelidad que es el pan nuestro de todos los días cuando ponemos un pie en la calle. Un coste más del progreso, ese mal menor que lleva asociado vivir en sociedades cada vez más avanzadas. Sin embargo, el paso del tiempo nos da perspectiva para ver que quizás el panorama no resulta tan sombrío.

Esa tecnología que ha transformado por completo el paisaje sonoro de nuestras ciudades también ha evolucionado para traer la redención a muchos de los problemas que había ocasionado. La llegada de los vehículos eléctricos es un rayo de esperanza en la configuración sonora de nuestras ciudades, abriendo la posibilidad a una sustancial reducción de la emisiones acústicas y a una capacidad de intervención sobre el entorno como nunca antes habíamos soñado. Las grandes compañías del sector, como Vespa, comienzan a darse cuenta de los avances en esta dirección y, ya sin mucho disimulo, comienzan a vender silencio, a cautivar a los posibles compradores con la reconstrucción de un paisaje sonoro lleno de matices que nuestros actuales vehículos contribuían hasta ahora de forma decidida a destruir. Ahora, el poder no lo concede ir a lomos de una ruidosa moto de gran cilindrada, sino escuchar los latidos de tu corazón mientras paseas con tu moto eléctrica por la gran ciudad. Reconociendo que queda mucho por hacer y que tenemos que ir más allá de una mera campaña de marketing, la buena noticia es que el silencio se ha puesto de moda.

Sonificación

En una sociedad donde ha triunfado lo visual, lo sonoro ha estado siempre en un discreto segundo plano. La música, en Occidente, ha sido durante siglos la única expresión sonora merecedora de difusión, estudios y análisis. Todas las demás manifestaciones aurales, esas que englobamos en el término Paisaje Sonoro,  han sido injustamente olvidadas, relegadas a la categoría de las cosas sin interés porque, durante mucho tiempo, parecieron aleatorias, incontrolables y fuera de un discurso con sentido. Sin embargo, hace pocas décadas que hemos perdido el miedo a tratar con la complejidad, a mirarla de frente, construyendo teorías y modelos que dan una interpretación global a la realidad sonora que nos circunda en todo momento. Esto nos ha permitido ser cada vez más conscientes del papel de lo sonoro en nuestras vidas (un concepto presente ya en la Antigüedad Clásica), impulsando su estudio desde la ciencia y alentando su consideración en ámbitos donde no siquiera se contaba con su crucial participación.

Un ejemplo de esta tendencia es el empleo del sonido para el análisis e interpretación de datos masivos, una pujante disciplina que conocemos como Sonificación. Las excelentes capacidades que muestra el sistema auditivo humano en cuanto a la discriminación de señales o la detección de pequeñas variaciones facilita la detección de patrones y estructuras ocultas en los datos que nuestros ojos, más capacitados para el análisis de escenas estáticas, ni siquiera llegan a intuir. Disciplinas como la medicina, la biología, la astronomía o la economía, entre otras muchas, han encontrado en el oído un aliado para la extracción de información de los grandes conjuntos de datos que manejan, lo que precisa de profesionales capaces de dar respuesta al diseño e implementación de las exigentes sonificaciones que son necesarias para este fin. Por ello, la Universidad de Oviedo pone en marcha el primer Título Experto en Sonificación de datos, productos y procesos nuestro país. Un mundo nuevo de oportunidades laborales que tiene en el sonoro su punto de partida.

Usos ancestrales

De igual manera que en los cuadros que contemplamos en un museo hablamos de primer plano y fondo (que algunas veces exige una técnica pictórica realmente notable, como el sfumato de Leonardo Da Vinci), en los paisajes sonoros que escuchamos también podemos hacer esta distinción. Por un lado, percibimos los sonidos tónicos, aquellos que una sociedad determinada escucha de manera continua o muy frecuente, formando un fondo sobre el que se perciben otros sonidos (el mar en un pueblo costero o el tráfico en el centro de una gran ciudad). Por encima de ellos, en primer plano, se sitúan las señales, esos sonidos emitidos con el fin de llamar la atención sobre algo (el campanario de la iglesia o el silbido del tren al iniciar su marcha).

En estos tiempos que corren, donde parece que el smartphone se ha convertido en nuestro único vínculo con la realidad, capaz de informarnos de todo en tiempo real, no deja de sorprender que sigamos utilizando el sonido como hace miles de años, recurriendo a señales sonoras para advertir de un peligro a la comunidad. Antes avisaba de la inminente invasión de nuestra aldea por un pueblo bárbaro; ahora informa sobre la llegada de un escape tóxico procedente de alguna industria cercana, lo que obliga a realizar simulacros para que los ciudadanos identifiquen la alerta de acuerdo a la normativa SEVESO, que también será implantada en Asturias. Lo que permanece es el poder de lo sonoro para atraer nuestra atención y codificar mensajes ante los que debemos actuar con rapidez. En esa pugna que mantienen vista y odio por erigirse en el sentido preferente, aquí lo sonoro gana la batalla.

El sonido del computador cuántico

Uno de los atractivos que ofrece el paisaje sonoro es su constante mutación, su incansable transformación, abarrotada de innumerables acontecimientos sorprendentes e inesperados. Basta escuchar durante unos minutos el ajetreo en una calle cualquiera para quedar maravillados ante tanta riqueza y variedad de sonidos. El paisaje sonoro lleva implícito en su propia definición el concepto de permutabilidad.

Más allá de esta experiencia cotidiana, en ocasiones se producen fenómenos que modifican de forma radical e irreversible la composición del paisaje sonoro en un contexto determinado. La aparición de una nueva tecnología es uno de ellos. La llegada del motor de combustión interna en los primeros años del siglo XX transformó la sonoridad de nuestras ciudades. Los reactores comerciales que surcan el cielo a diario modificaron por completo la estructura sonora del firmamento, donde las aves habían sido su único morador durante milenios. Recientemente, la empresa IBM nos ha demostrado que también la computación cuántica, un desarrollo que posibilitará un salto tecnológico de proporciones gigantescas en las próximas décadas, transformará el paisaje con una nueva paleta de sonidos, llena de ritmos cíclicos e incansables que anticipan capacidades inimaginables a día de hoy. Ponte los auriculares y disfruta hoy de los sonidos del futuro.

Ciudades del futuro

Aunque parezca que siempre que pisamos la calle cada mañana escuchamos la misma ciudad día tras día, la verdad es que los paisajes sonoros urbanos van variando con el paso del tiempo. La reordenación de los espacios públicos, la sustitución de materiales en pavimentos y aceras o la inauguración de una zona verde son sólo algunas de las acciones que modifican de forma relevante la composición del paisaje sonoro, variando las proporciones entre los distintos agentes que contribuyen a su formación y despertando nuevas sensaciones en los oyentes.

Durante las próximas décadas, las ciudades van a sufrir transformaciones importantes que afectarán a muchos aspectos de la vida cotidiana. Una de los más evidentes será la nueva configuración de los paisajes sonoros con la llegada del silencioso coche eléctrico, que convertirá en recuerdo las trepidaciones de los motores de combustión interna. Sin embargo, esta ventaja también trae consigo un peligroso inconveniente: un vehículo silencioso se convierte en un problema de seguridad para los peatones, incapaces de detectar su proximidad. Numerosas compañías, como Nissan, están planteando propuestas para sonificar sus vehículos eléctricos y dotarles de una identidad sonora que no sólo advierta de su presencia sino que transmita otros valores ¿Cómo serán entonces las nuevas «sinfonías urbanas» que componga el tráfico de las ciudades? A tenor de lo escuchado, prometen ser mucho más ricas, atractivas y «musicales» que las actuales. ¡Que así sea!

Sonido y Espacio

LOrk@EPI, la Orquesta de Portátiles de la Universidad de Oviedo, es una agrupación que fomenta la creación de espacios de reflexión acerca de la nueva relación entre el Arte y las Nuevas Tecnologías, en concreto sobre los usos expresivos de las mismas. Por tanto, no sólo es un verdadero laboratorio de experimentación sonora, sino un entorno donde la investigación tecnológica de vanguardia tiene mucho que aportar, estableciéndose fértiles sincretismos entre ambos enfoques. Además, la Orquesta fomenta la eliminación de barreras intelectuales entre ámbitos de conocimiento dispares, propiciando el contacto entre perfiles académicos y profesionales distintos, la puesta en común de vivencias culturales diferenciadas y el enriquecimiento transversal entre sus participantes, mediante el fomento de actividades donde convergen disciplinas distintas.

Desde esas premisas se concibe el proyecto Sonido Y Espacio, nacido desde la singularidad arquitectónica y acústica exhibida por el Centro Niemeyer y que desde el primer momento se ha convertido en un poderoso foco de atracción para una agrupación como LOrk@EPI. Realizado en colaboración con la Universidad de Oviedo y la institución avilesina, el proyecto se centra en la elaboración de un repertorio de obras electroacústicas compuestas ex-profeso para ser interpretadas en el Centro Niemeyer en la primavera de 2018, utilizando como material de partida la singular riqueza sonora de sus espacios y del entorno en el que se encuentra. Para lograr este propósito, LOrk@EPI ha llevado a cabo durante este verano una residencia en la que se ha abordado la identificación, registro y análisis de los múltiples paisajes sonoros que dan vida al Centro y a sus alrededores, una aproximación sensible al espacio construido y a la arquitectura proyectada por Oscar Niemeyer. Una experiencia estética, pero también analítica y consciente.

 

#EscuchandoGijón

Cada 18 de Julio, coincidiendo con el cumpleaños del investigador y pedagogo canadiense R. Murray Schafer,  se celebra el Día Mundial de la Escucha (World Listening Day), una iniciativa que trata de revalorizar el papel de lo sonoro en la sociedad contemporánea fundamentalmente a través del concepto de Paisaje Sonoro, esa permanente sinfonía que nos envuelve día y noche, dotada de riqueza y variedad casi infinitas y que tiene un poderoso efecto sobre nuestra salud y bienestar. A pesar de su afán por dar sentido a la realidad no sólo como fuente de información de primer nivel sino también como patrimonio inmaterial a preservar, el triunfo de la imagen en la sociedad actual ha minusvalorado su verdadera influencia. De ahí que sea preciso establecer acciones de concienciación ciudadana para detenerse a escuchar y maravillarse ante la complejidad de los matices sonoros que nos envuelven de forma permanente.

Desde el grupo I3G de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón hemos puesto en marcha la acción #EscuchandoGijón con el fin de acercar a los ciudadanos y visitantes de nuestra ciudad la riqueza de los paisajes sonoros de las ciudades de comienzos del siglo XXI con la ayuda del Taller de Músicos de la Fundación Municipal de Cultura de la ciudad. La acción se desarrolla en dos fases: en la primera, cualquier persona puede enviar grabaciones de audio de cualquier rincón de Gijón realizadas con su teléfono móvil, entre el 3 y el 16 de Julio de 2017. La segunda fase será el 18 de julio en el patio del Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón donde se escucharán, a lo largo de toda la jornada, todas las grabaciones enviadas, invitando a todos los asistentes a disfrutar con la riqueza sonora de nuestra ciudad. Toda la información se encuentra en el portal http://escuchandogijon.grupoi3g.es

Este proyecto es el primero de muchos que verán la luz en los próximos meses relacionados con la escucha reducida y la sensibilización ciudadana ante un concepto que, entre todos, debemos empezar a cuidar y gestionar responsablemente.

Nintendo Switch o el poder de lo sonoro

Aunque quizás no lo hagamos de forma consciente, los sonidos que emiten los objetos en nuestra interacción cotidiana con ellos influyen de forma decidida sobre nuestra percepción global del producto, alteran nuestro estado emocional, modifican la predisposición a su adquisición y también contribuyen a conformar las expectativas que nos hacemos ante cuestiones como su correcta funcionalidad o la calidad con la que está fabricado. La generación de espacios sonoros adecuados y coherentes con el producto es vital para conformar una experiencia de usuario satisfactoria e incrementar así la valoración positiva del mismo.

Un buen ejemplo de la relevancia que pueden adquirir estos principios en los productos de consumo es la videoconsola Nintendo Switch, lanzada al mercado en marzo de 2017. Su campaña publicitaria, vista por millones de personas en todo el mundo, emplea como imagen icónica al principio de todos sus videos promocionales el sonido que generan los mandos de control (denominados Joy-Con) al insertarse en el cuerpo central del dispositivo. Se trata de un sonido rotundo, de culminación, que informa al usuario no sólo de la correcta inserción de tales elementos, sino de que se encuentra ante un producto definitivo, redondo y terminado que invita a pasar muchas horas en su compañía. Nintendo ha sabido encontrar en lo sonoro una poderosa seña de identidad para su producto estrella, aglutinando una pluralidad de mensajes alrededor de un sencillo «click» y convirtiéndolo en el eje que vertebra la imagen simbólica de la nueva consola. Un ejemplo perfecto de cómo lo sonoro define, comunica y, en definitiva, engancha.