Usos ancestrales

De igual manera que en los cuadros que contemplamos en un museo hablamos de primer plano y fondo (que algunas veces exige una técnica pictórica realmente notable, como el sfumato de Leonardo Da Vinci), en los paisajes sonoros que escuchamos también podemos hacer esta distinción. Por un lado, percibimos los sonidos tónicos, aquellos que una sociedad determinada escucha de manera continua o muy frecuente, formando un fondo sobre el que se perciben otros sonidos (el mar en un pueblo costero o el tráfico en el centro de una gran ciudad). Por encima de ellos, en primer plano, se sitúan las señales, esos sonidos emitidos con el fin de llamar la atención sobre algo (el campanario de la iglesia o el silbido del tren al iniciar su marcha).

En estos tiempos que corren, donde parece que el smartphone se ha convertido en nuestro único vínculo con la realidad, capaz de informarnos de todo en tiempo real, no deja de sorprender que sigamos utilizando el sonido como hace miles de años, recurriendo a señales sonoras para advertir de un peligro a la comunidad. Antes avisaba de la inminente invasión de nuestra aldea por un pueblo bárbaro; ahora informa sobre la llegada de un escape tóxico procedente de alguna industria cercana, lo que obliga a realizar simulacros para que los ciudadanos identifiquen la alerta de acuerdo a la normativa SEVESO, que también será implantada en Asturias. Lo que permanece es el poder de lo sonoro para atraer nuestra atención y codificar mensajes ante los que debemos actuar con rapidez. En esa pugna que mantienen vista y odio por erigirse en el sentido preferente, aquí lo sonoro gana la batalla.